11 de julio de 2013

Una lección de cultura

Esta tarde, saliendo del trabajo desde el centro de Pereira abordé, como de costumbre, el bus articulado con destino a mi casa en Dosquebradas. Ingresé al vehículo, tan pronto se detuvo, con un grupo de personas que esperaban conmigo en la estación. Delante de mí, una muchacha joven, unos veinte y tantos años encontró un puesto vacío y se sentó. No pude avanzar más, debido a que la aglomeración de pasajeros me lo impedía y quede ubicado, de pie, justo delante de la muchacha.
Casi sin darme cuenta, el bus arrancó y
siguió su recorrido. Unos segundos después, coincidiendo la mirada,  la jovencita delante de mí y yo observamos curiosamente en dirección a la silla vecina que daba a la ventana. Allí estaba un pequeño niño muy quietecito, con una apariencia muy angelical que observaba con interés y una sonrisa inocente a su acompañante, la hermosa muchacha que acababa de sentarse, la misma que de inmediato no dudo en preguntarle: Niño ¿ con quién vienes? ¿estás solo?
- Y el pequeño respondió: No, yo vengo con mi papá.
Mientras decía estas palabras señalaba con su dedo a un hombre joven que estaba de pie justo a mi izquierda.
El bus articulado se detuvo en la siguiente estación y en este punto, otro grupo de pasajeros ingresaron para terminar de colmar la capacidad del automotor. Una señora robusta y mayor, abordó y en pocos segundos se ubicó entre el padre del niño y yo. La muchacha, al verla, cedió inmediatamente su puesto.
La señora se sentó y seguidamente he aquí la gran lección de esta historia: el niño se levantó y se puso de pie al lado de su papá. La muchacha al verlo le decía ¿porqué no te sientas?
- pero el niño le negaba con la cabeza y le indicaba a ella que se sentara, aunque la joven le insistía al chiquitín que se sentara él, en su lugar.
El niño no se movió . Al verlo así,  la muchacha se sentó. El pequeño, desde su lugar, no quitaba la mirada del rostro juvenil de la mujer.
Otros pasajeros veían con asombro como el niño había cedido el puesto y la muchacha, muy agradecida, le contaba a otras personas lo generoso y caballeroso que había sido el pequeño.
Entre su timidez y con una voz pausada el niño preguntó a la muchacha su nombre, a lo que ella contestó: Que lindo! Me llamo Carol. Y tú, ¿cómo te llamas? - Jerónimo - contestó el pequeño. Luego, con un ademán, mostrando la palma de su mano abierta, agregó: Cinco, tengo cinco años.
La escena me enterneció, me conmovió... y este niño, de solo cinco años acaba de enseñarme una hermosa lección de cultura.
Al llegar a su parada, el joven padre avisó al niño que ya debían bajarse, acto seguido, Jerónimo, con una sonrisa en su rostro se despidió de la muchacha: Adiós Carol - lo que acabó de sorprender y enamorar a esta jovencita de esa dulzura infantil.
Ha sido un momento encantador de solo unos minutos, que no quise pasar por alto, y para no olvidarlo, aquí lo comparto. Espero que les guste y ojala esta anécdota sirva, a quienes la lean, como lección de vida.